Más allá de la polémica de estos días alrededor del uso "protestón" de términos feminizados con celeridad, además, de la pantalla que con ello se edifica sobre temas de calado más hondo, lo que más me ha gustado de este artículo es esta frase "...sucede que, con demasiada frecuencia, se recurre más a la descalificación que a la argumentación."
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Tiene la agudeza de atravesar a la sociedad en pleno. Si se pasa por los ámbitos universitarios, de organizaciones, o atestiguas interacciones de lo más prosaicas y micro (calle, metro, playa, parejas, etc), este comportamiento, no sólo está en lo discursivo, sino en las prácticas sociales más cotidianas. Se encuentra tal afirmación, de tal forma arraigada sobre ellos con una facilidad llamativa que da mucho a pensar por su frecuencia.
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De modo que el quietismo, la copia, la mediocridad, la infantilización, el sea como sea, el bajo nivel de estudios, los trabajos sin vida, la apropiación sin reglas, el maltrato está ahí a flor de piel en sus resultados y crecen como setas los resultados mediocres autojustificándose. Con el agravante de ser esta acción desmerecedora el marco referencial y su retroalimentación.
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La descalificación a secas, por lo general, anega cualquier signo de razonamiento y análisis, autocrítica, alienando y atando sobre la creencia amarrada de descalificación automática. Se hace de un mecanismo instalado en la relación con la diferencia (cualquiera). Estriba en la subestimación, desconsideración, infravaloración...y simplemente, sin la más mínima argumentación, ni detenimiento en su entendimiento creando un ejercicio, estilo incluso, de superposición de la des-calificación por la realidad, se cambia el orden de los términos, de no diferenciación entre lo que se categoriza con lo que pueda ser.
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Se puede sostener que los grupos con marcada estratificación, autoridad, creencias muy persistentes de "aristo", rígidos, ante cualquier tenue rasgo de diferenciación, de distinción, o el que sea, se les produce a los individuos un fuerte estado de vulnerabilidad que les empuja, sin remedio, como un puño a descalificar al otro, y sin remedio, lo repito, mientras no piensen o adquieran los rudimentos más básicos de la reflexión.
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Cabe destacar que en ellos y ellas, no es más que un rasgo defensivo para la perpetuación ante el temor a la realidad. Se aferran al carecer de los rudimentos más esenciales de la argumentación porque estan habituados al rasgo descalificador. Su forma de vínculo social, por los valores sociales que los gobiernan hasta en la intimidad relacional, los ahogan en fantasías. Tanto han descalificado que se han petrificado como modo de vida y adquirido una cosmovisión que se sostiene en y sobre la descalificación del otro.
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Este mecanismo de descalificación prende por su hipnosis ante el vértigo que produce saber que lo que se piensa es eso, lo que se piensa, pero no necesariamente la realidad...por qué será? ¿Falta tiempo en los ritmos que impone el beneficio inmediato y cortoplacismo?
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A veces pienso que estamos históricamente condenados/as a repetir que no es que eran más sino que gritaban más fuerte.
CM
El País
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http://www.elpais.com/articulo/opinion/Lenguaje/sexismo/elpepiopi/20080617elpepiopi_8/Tes
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